sábado, 25 de octubre de 2008

Vampiro.

Sabiendo que es ese tipo de cosa que uno sabe que puede hacer y no hace, que no tengo ya nada que escribirte, ni decirte y ni abrazarte, ni morderte, ni hablarte se me antoja. Como una bombita que se me escapó de las manos y ahora se eleva y eleva y cada vez nos vemos más pequeños para el otro, y pequeños, y pequeños, y una silueta, una cabeza, un punto y finalmente... nada, un lunarsito que a veces se olvida y algunos días rasca como para demostrar intentos de cariño que ya no se tienen.
Y pensar que con esas mismas manos me tocaste tantas veces y con esos mismos dientes me arrancaste tantas veces las ganas y la dignidad y la inocencia y tantas otras cosas que ahora quiero encontrar en otros dientes que ni siquiera saben de qué están hechas y a veces soy capaz de mirarte a los ojos azúles de maldad y decirte que no me importa y como el peor de los vampiros tú eres capaz de sacarme los míos sólo para que yo sepa cómo es realmente cuando no te importa, como tu cuerpo del pueblo y tus sábanas tan sucias que ya a nadie le importa desde el momento en el que te quisiste volver más vampiro y patrimonio de lo inhumano y tocar a todo el mundo con tu capa de indiferencia que no es más que inseguridad.

sábado, 11 de octubre de 2008

Ojos de perro.

Si es cierto que desde lejos siempre te vez más luminoso, que no se te apagan tanto los ojos y que no se te escapan tanto las manos como cuando me sostienes la cabeza. Que si te vas con otra(s) sea de una sola vez, y para todas las otras veces mis ojos pequeñitos que alguna vez fueron de perro acepten que ya no compartirán techos contigo.

jueves, 7 de agosto de 2008

jueves, 31 de julio de 2008

Ahora.

Cambió en el momento en que dejamos de estar tan cerca del otro, y que ahora, otra vez tan cerca asusta, y confunde, y confiesa y confirma tantas cosas como casos e ideas que dejamos sueltas y que nadie se preocupó por ordenar.

domingo, 20 de julio de 2008

Demasiado.

Demasiados días, demasiados dolores, demasiado tú, demasiado yo... Y para todos los demás, demasiado de los dos a un punto demasiado insoportable.

viernes, 11 de julio de 2008

Las cosas que me pasan por la cabeza.

Me puyas a veces por los laditos, pero ya no como antes, únicamente para comprobarme que ya no es como antes, que tú no eres como antes y tal vez mucho menos yo... ¿yo? y acaso, ¿qué sé yo? que ni siquiera puedo saber que quiero y poner de acuerdo al cerebro y a las ganas de desnudar al mundo y de hacerle el amor despacito y luego tal vez un poco menos despacito y con más ganas, con esas ganas con las que te sostenía la cabeza tantas veces y que te besaba la boca como queriendo morderla y con miedo de hacerte daño o hacerme daño... queriéndote... queriendo-qué? (...) Sí, probablemente no era a ti sino a todas las cosas que tenías cerca y que por un momento fueron tan mías.
...Y yo en cambio no tengo nada que contarte, a veces... porque cuando encuentro que contarte parece que no es tan importante y por la cara que pones parece que hubieses preferido que no te lo dijera y no tener que pensar en una respuesta que tenga coherencia con lo que yo dije y a veces sólo te quedas callado y me miras como si no te gustaran las cosas que me pasan por la cabeza y el problema no es ese, no es que no te gusten sino que yo no las entiendes y por eso te asusta y prefieres que te hable de las cosas que tú conoces y controlas y yo lo sé y por eso cambio rápidamente el tema para que tú puedas hablar o a veces tú mismo, luego del silencio y la cara insipiente, me cuentas algo de lo que sabes, y yo agradecida (o tal vez no tanto) pregunto más y más y tú me respondes con gusto, y así se nos pasa el tiempo tratando de entendernos; eso cuando no estamos acostados, abrazados, pegados, respirándonos, oliéndonos, tocándonos y queriéndonos.

lunes, 19 de mayo de 2008

La puya.

Tantas veces te pedí que te fueras, temblando de ganas de que te quedaras, de que me abrazaras y me mirabas con tus ojos pequeñitos, tan azúles como mentirosos. Hasta que se te llenaron de otros ojos y me salí, me salí, me salí... Hasta que ya no quedó nada de mí, sino tal vez un recuerdo tierno de una relación tonta, y duele más que sea tierno y no en forma de estrella que puya en la barriga como el que yo tengo, que me duele todos los días como para recordarme que fue mía la idea y que fui yo la que poco a poco terminó con lo que más quería.