lunes, 19 de mayo de 2008

La puya.

Tantas veces te pedí que te fueras, temblando de ganas de que te quedaras, de que me abrazaras y me mirabas con tus ojos pequeñitos, tan azúles como mentirosos. Hasta que se te llenaron de otros ojos y me salí, me salí, me salí... Hasta que ya no quedó nada de mí, sino tal vez un recuerdo tierno de una relación tonta, y duele más que sea tierno y no en forma de estrella que puya en la barriga como el que yo tengo, que me duele todos los días como para recordarme que fue mía la idea y que fui yo la que poco a poco terminó con lo que más quería.