martes, 30 de octubre de 2012

La Membrana.

Pocas poquísimas ganas de que se resvuelvan las cosas, lo de siempre: salir corriendo. Siento que se me sienta un mamífero mediano en el hombro derecho, hacia la nuca, podría ser un chimpancé, uno pequeño con la cara muy tierna y los ojos redondísimos.
Por momentos logro estar en una cápsula que me aleja de ti aunque estés adentro; logro establecer una membrana invisible para evitar que me absorbas, o para creer que lo evito (o para evitar que hagas lo que creo que haces, que ni tú mismo sabes si haces o no, que nadie sabe pero que todos tienen la destreza de afirmar con facilidad; yo sigo viendo la luz de tus ojos, cuando realmente tienes ganas de mirarme, pero algo adentro me grita siempre que quiere hacerse membrana y envolverme, alejarme, aunque eso en vez de protegerme me haga más daño que el daño mismo).
Una rabia se me instala todo el tiempo, la rabia que sabes que instaló mi madre, que no sé cómo solucionar, que me enlaguna los ojos ahora y los sentidos cuando estás. No sé revertir lo que no sé si pasó, si realmente perdí a la princesa, si nunca nadie llegó a romper el hechizo o si realmente es la bruja que me hace tragar esa misma manzana todas las veces... ¡todas las veces! con cada príncipe, batalla o territorio por conquistar hay un espejo indestructible que no me permite ver que no soy yo. Se siente como un vómito que no logra salir, ojalá lo supieras, que quiero estar bien y quiero que esto no esté dentro de mí pero mientras más lo intento más me cuesta pensar en otra cosa, y el vómito crece y es como un moho que se alimenta cada vez que discutimos.