Ahora es como una maldad que se me está instalando. El gusanito del baño que debió meterse por el pie, o quizás lo tragué en alguna comida sin darme cuenta; y avanza por dentro carcomiendo todo lo bueno, todo lo rosado, amarillo y azúl claro. Y se siente una nausea permanente, como la adrenalina del que oye llorar a un niño y siente ganas de golpearlo... ganas de golpearse.
Y la soledad se hace casi placentera, no incomoda tanto como la felicidad en la cara de los demás, o la propia, en presencia de los demás.
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