Venía diciéndote que tenía poderes, no era la primera vez que discutíamos por eso. Me mirabas con complacencia; no con complacencia, con lástima!
Hasta que me harté de verte habitar ocupando el espacio entero del universo que debías compartir y me elevé, como aquella vez que me pareció verte en la cabeza de un señor que viajaba en el 55 y tuve que partirle la nariz, como siempre que me pasa: en posición de karate kid.
Y llena de rabia empecé a mirarte con los ojos en fuego,
y tu cara con mueca de interrogante de estúpido...
y mis ojos en fuego, y me elevaba,
y tu cara con mueca de estúpido...
y mis ojos en fuego, sostenido,
y tu cara con mueca de interrogante...
y mis ojos en fuego,
y tu cara con mueca...
y mis ojos en fuego,
y tu cara...
y mis ojos en fuego,
y tú...
De repente eras una colilla gordita de cigarrillo que alguien que pasaba distraído pisó.
Alguna vez me dijiste que tienes un don que te permite saber cuando alguien está mintiendo. Yo lo dejé pasar, cansado de tus celos y tu insistencia en que sí existe una forma limpia de querer. Tarde me di cuenta de que ese era justamente tu don.
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