sábado, 25 de octubre de 2008

Vampiro.

Sabiendo que es ese tipo de cosa que uno sabe que puede hacer y no hace, que no tengo ya nada que escribirte, ni decirte y ni abrazarte, ni morderte, ni hablarte se me antoja. Como una bombita que se me escapó de las manos y ahora se eleva y eleva y cada vez nos vemos más pequeños para el otro, y pequeños, y pequeños, y una silueta, una cabeza, un punto y finalmente... nada, un lunarsito que a veces se olvida y algunos días rasca como para demostrar intentos de cariño que ya no se tienen.
Y pensar que con esas mismas manos me tocaste tantas veces y con esos mismos dientes me arrancaste tantas veces las ganas y la dignidad y la inocencia y tantas otras cosas que ahora quiero encontrar en otros dientes que ni siquiera saben de qué están hechas y a veces soy capaz de mirarte a los ojos azúles de maldad y decirte que no me importa y como el peor de los vampiros tú eres capaz de sacarme los míos sólo para que yo sepa cómo es realmente cuando no te importa, como tu cuerpo del pueblo y tus sábanas tan sucias que ya a nadie le importa desde el momento en el que te quisiste volver más vampiro y patrimonio de lo inhumano y tocar a todo el mundo con tu capa de indiferencia que no es más que inseguridad.

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