sábado, 17 de octubre de 2009

Muerte.

Te me tenías que morir... cuando apenas empezaba nuestra vida juntos, cuando apenas empezaba a salirse de mí todo el amor en raciones de besos, de caricias, de roces, de miradas, y al final de súplicas, de llanto y de abrazos que te rogaban que te quedaras, que lucharas por mantenerte con vida, con vida y conmigo. Traté de sostener tus estertores con caricias, pero sentí (aunque no sea fácil de creer) el momento exacto en que te saliste de ese cuerpo y mis ilusiones se agrietaron hasta convertirse en fragmentos de algo gris con textura de galleta. Y te seguí buscando en ese cuerpo porque no quería volver a estar sola y me engañé unos días pensando que con el cuerpo solo iba a poder ignorar tu ausencia, pero ya no me mirabas desde ahí adentro y las manos que se encrespaban ya no me tocaron nunca como cuando tú se lo encomendabas. Y ahora no sé en donde poner estos brazos de astillas que van por ahí aferrándose a todo y a nada, buscándote en todo y encontrándose con nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario