domingo, 8 de agosto de 2004

El Mago.

Mi mago en las caderas, en las mentiras y en el pelo y en las manos. Mi mago con los labios partidos y el cuello caliente. Mi mago y mis manos y tu piel, y su aroma que se pega en los dedos. Mi mago en la cama y sin ella, con los huesos y el olor a mango viche en la habitación. Que ojos tan horribles tienes, mi mago, como no querer quedarse cerca de su insignificante presencia y de tus besos de chicle de canela que dejan sabor a tabaco y a licor dulce, de tus dedos y tus uñas imperfectas, de tu barriga llena de pelos negros como islas, y que delicia de piel, con voz propia y hasta personalidad que se sale en forma de pelos que no son como los de tu cabeza...

Mi mago y su abandono y mi dolor y tu ausencia, mi vacío, mi suciedad, ya no huele a nada, nada. Mi estupidez, y lágrimas aunque no muchas, y patadas y puños en el pecho como los de un niño y la uva pasa otra vez. Mis dedos regordos y mi cara de imbécil con ganas de llorar y de separarse del otro cuerpo inservible, inoloro e insaboro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario